lunes, 26 de septiembre de 2011

El camarón encantado


de José Martí
Cuento de magia del francés Laboulaye.

Allá por un pueblo del mar Báltico, del lado de Rusia, vivía el pobre Loppi, en un casuco viejo, sin más compañía que su hacha y su mujer. El hacha ¡bueno!; pero la mujer se llamaba Masicas, que quiere decir «fresa agria». Y era agria Masicas de veras, como la fresa silvestre. ¡Vaya un nombre: Masicas! Ella nunca se enojaba, por supuesto, cuando le hacían el gusto, o no la contradecían; pero si se quedaba sin el capricho, era de irse a los bosques por no oírla. Se estaba callada de la mañana a la noche, preparando el regaño, mientras Loppi andaba afuera con el hacha, corta que corta, buscando el pan: y en cuanto entraba Loppi, no paraba de regañarlo, de la noche a la mañana. Porque estaban muy pobres, y cuando la gente no es buena, la pobreza los pone de mal humor. De veras que era pobre la casa de Loppi: las arañas no hacían telas en sus rincones porque no había allí moscas que coger, y dos ratones que entraron extraviados, se murieron de hambre.
Un día estuvo Masicas más buscapleitos que de costumbre, y el buen leñador salió de la casa suspirando, con el morral vacío al hombro: el morral de cuero, donde echaba el pico de pan, o la col, o las papas que le daban de limosna. Era muy de mañanita, y al pasar cerca de un charco vio en la yerba húmeda uno que le pareció animal raro y negruzco, de muchas bocas, como muerto o dormido. Era grande por cierto: era un enorme camarón. «¡Al saco el camarón!: con esta cena le vuelve el juicio a esa hambrona de Masicas; ¿quién sabe lo que dice cuando tiene hambre?»Y echó el camarón en el saco.
Pero ¿qué tiene Loppi, que da un salto atrás, que le tiembla la barba, que se pone pálido? Del fondo del saco salió una voz tristísima: el camarón le estaba hablando:
-Párate, amigo, y déjame ir. Yo soy el más viejo de los camarones: más de un siglo tengo yo: ¿qué vas a hacer con este carapacho duro? Sé bueno conmigo, como tú quieres que sean buenos contigo.
-Perdóname, camaroncito, que yo te dejaría ir; pero mi mujer está esperando su cena, y si le digo que encontré el camarón mayor del mundo, y que lo dejé escapar, esta noche sé yo a lo que suena un palo de escoba cuando se lo rompe su mujer a uno en las costillas.
-Y ¿por qué se lo has de decir a tu mujer?
-¡Ay, camaroncito!x. Masicas es una gran persona, que lo lleva a uno por la nariz, y uno se deja llevar: Masicas me vuelve del revés, y me saca todo lo que tengo en el corazón: Masicas sabe mucho.
-Pues mira, leñador, que yo no soy camarón como parezco, sino una maga de mucho poder, y si me oyes, tu mujer se contentará, y si no me oyes, toda la vida te has de arrepentir.
-Tú contenta a Masicas, y yo te dejaré ir, que por gusto a nadie le hago daño.
-Dime qué pescado le gusta más a tu mujer.
-Pues el que haya, camarón, que los pobres no escogen: lo que has de hacer es que no vuelva yo con el morral vacío.
-Pues ponme en la yerba, mete en el charco tu morral abierto, y di: «¡Peces, al morral!»
Y tantos peces entraron en el morral que casi se le iba Loppi de las manos. Las manos le bailaban a Loppi del asombro.
-Ya ves, leñador-le dijo el camarón,-que no soy desagradecido. Ven acá todas las mañanas, y en cuanto digas: «¡Al morral, peces!» tendrás el morral lleno, de los peces colorados. Y si quieres algo más, ven y dime así:
«Camaroncito duro,
Sácame del apuro»:

y yo saldré, y veré lo que puedo hacer por ti. Pero mira,  y no le digas a tu mujer lo que ha sucedido hoy.
-Probaré, probaré-dijo el leñador; y puso en la yerba con mucho cuidado el camarón milagroso.
Iba como la pluma Loppi . El morral no le pesaba, pero lo puso en el suelo antes de llegar a la puerta, porque ya no podía más de la curiosidad,  radiante como el oro, luego dos truchas, y un mundo de meros. Masicas abrazó a Loppi , y le dijo: «¡leñadorcito mío!»
-Ya ves, Loppi, lo que nos sucede por haber oído a tu mujer y salir temprano a buscar fortuna. Anda a la huerta, y tráeme unos ajos y cebollas, y tráeme unas setas:  anda al monte,  que te voy a hacer una sopa que no la come el rey. Y la carpa la asaremos: ni un regidor va a comer mejor que nosotros.
Y fue muy buena por cierto la comida ,y no le hablaba del miedo. Y el domingo, se le fue encima a Loppi, que volvía con su morral a cuestas.
-¡Mal marido,  mal compañero! ¡que me vas a matar a pescado! ¡que de verte el morral me da el alma vueltas!
-Y ¿qué quieres que te traiga, pues?-dijo el pobre Loppi.
-Pues lo que comen todas las mujeres de los leñadores honrados: una sopa buena y un trozo de tocino.
«Con tal-pensó Loppi-que la maga me quiera hacer este favor.»
Y al otro día a la mañanita fue al charco, y se puso a dar voces:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro:

y el agua se movió  , con dos ojos grandes que resplandecían.
-¿Qué quiere el leñador?
-  Nada para mí, camaroncito: ¿qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se cansó del pescado, y quiere ahora sopa y un trozo de tocino.
-Pues tendrá lo que quiere tu mujer-respondió el camarón.-Al sentarte esta noche a la mesa, dale tres golpes con el dedo meñique, y di a cada golpe: «¡Sopa, aparece: aparece, tocino!» Pero ten cuidado, leñador, que si tu mujer empieza a pedir, no va a acabar nunca.
-Probaré, señora maga, probaré-dijo Loppi, suspirando.
Como una ardilla, como un cordero estuvo al otro día en la mesa Masicas, que comió sopa dos veces, y tocino tres, y luego abrazó a Loppi, y lo llamó: «Loppi de mi corazón».
 En cuanto vio en la mesa el tocino y la sopa, se puso colorada de la ira, y le dijo a Loppi con los puños alzados:
-¿Hasta cuándo me has de atormentar,   mal hombre? ¿que una mujer como yo ha de vivir con caldo y manteca?
-Pero ¿qué quieres, amor mío?
-Pues quiero una buena comida: un ganso asado, y unos pasteles para postres.
En toda la noche no cerró Loppi los ojos, y en los puños alzados de Masicas, que le parecieron un ganso cada uno. Y a paso de moribundo se fue arrimando al charco a los claros del día,  por lo delgadas:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

-¿Qué quiere el leñador?
-Para mí, nada: ¿qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se está cansando . Yo no, señora maga. Pero mi mujer se ha cansado,  así como un gansito asado, así como unos pastelitos.
-Pues vuélvete a tu casa,  y no tienes que venir cuando tu mujer quiera cambiar de comida, sino pedírselo a la mesa.
En un salto llegó Loppi a su casa y tirando por el aire el sombrero. Llena estaba ya la mem de platos,  con cucharas de hierro,  y una jarra de estaño: y el ganso con papas, y un pudín de ciruelas. Hasta un frasco de anisete había en la mesa.
Pero Masicas estaba pensativa. Y a Loppi ¿quién le daba todo aquello? Ella quería saber: «¡Dímelo, Loppi!», cuando ya no quedaba del anisete más que el forro de paja. Pero ella prometió no decírselo a nadie.
A los pocos días, le contó a Loppi muchos cuentos y le acabó así el discurso:
-Pero, Loppi mío, ya tú no piensas en tu mujercita: comer, pero tu mujercita anda en trapos. Anda, Loppi,  que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir bien a tu mujercita.
A Loppi le pareció que Masicas tenía mucha razón . Pero la voz se le resistía cuando a la mañanita llamó al camarón encantado:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

El camarón entero sacó el cuerpo del agua.
-¿Qué quiere el leñador?
-Para mí, nada;  Pero mi mujer está triste, y quiere que su señoría me dé poder para tenerla con traje de señora.
El camarón se echó a reír,  y luego dijo a Loppi: «Vuélvete a casa, que tu mujer tendrá lo que desea.»
-¡Oh, señor camarón!  ¡déjeme que le bese la patica izquierda, la que está del lado del corazón! Y se fue cantando un canto : y cuando entró a su casa vio a una bella señora; y la señora se echó a reír, que estaba como un sol de la hermosura. Y se tomaron los dos de la mano, y se pusieron a dar brincos.
A los pocos días Masicas estaba pálida,como de mucho llorar. «Y dime, Loppi», con un pañuelo de encaje en la mano: «¿de qué me sirve tener tan buen vestido sin un espejo donde mirarme, ni una vecina que me pueda ver, ni más casa que este casuco? Loppi, dile a la maga que esto no puede ser.» «Dile, Loppi, a la maga que me dé un castillo hermoso.
-¡Masicas, tú estás loca!
Conténtate,  con lo que tienes.
-¡Loppi, nunca serás más que un zascandil! . Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda.
Y el pobre Loppi volvió al charco. Iba temblando todo él. ¿Y si el camarón se cansaba de tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿Y si Masicas lo dejaba sin pelo si volvía sin el castillo? Llamó muy quedito:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

-¿Qué quiere el leñador?-dijo el camarón, saliendo del agua poco a poco.
-Nada para mí: ¿qué más podría yo querer? Pero mi mujer no está contenta y me tiene en tortura.
-¿Y qué quiere la señora?
-Pues , un castillito. Quiere ser princesa del castillo.-Leñador-dijo el camarón, con una voz que Loppi no le conocía:-tu mujer tendrá lo que desea.
A Loppi le costó mucho trabajo llegar a su casa, porque estaba cambiado todo el país, y en medio de todo una casa muy rica con un jardín lleno de flores. Una princesa bajó a saludarlo a la puerta del jardín. Y la princesa le dio la mano. Era Masicas: «Ahora sí, Loppi, que soy dichosa. Eres muy bueno. La maga es muy buena.»
Vivía Masicas con todo el lujo de su señorío. Sus vacas eran inglesas, sus perros de San Bernardo, sus gallinas de Guinea, sus faisanes de Terán, sus cabras eran suizas. ¿Qué le faltaba a Masicas, que estaba siempre tan llena de pesar? Masicas quería algo más. Quería ser reina Masicas:«¿No ves que para reina he nacido yo? ¿No ves, Loppi mío, que tú mismo me das siempre la razón, aunque eres más terco que una mula? Ya no puedo esperar. Loppi no quería ser rey. Almorzaba bien, comía mejor; ¿a qué los trabajos de mandar a los hombres? Pero cuando Masicas decía a querer. Y al charco fue al salir el sol, limpiándose los sudores, y con la sangre a medio helar.  Llamó.
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

Vio salir del agua las dos bocas negras. Oyó que le decían «¿qué quiere el leñador?»pero no tenía fuerzas para dar su recado. Al fin dijo tartamudeando:
-Para mí, nada: ¿qué pudiera yo pedir? Pero se ha cansado mi mujer de ser princesa.
-¿Y qué quiere ahora ser la mujer del leñador?
-¡Ay, señora maga!: reina quiere ser.
-¿Reina no más? Me salvaste la vida. ¡Salud, marido de la reina!
Y cuando Loppi volvió a su casa, y Masica tenía puesta la corona. Los lacayos, con sus medias de seda y sus casaquines, iban detrás de la reina Masicas.
Y Loppi almorzó contento, y bebió en copa tallada su anisete más fino, seguro de que Masicas tenía ya cuanto podía tener. Y dos meses estuvo almorzando pechugas de faisán con vinos olorosos, a decirle que la reina lo quería ver, sentada en su trono de oro.
-Estoy cansada de ser reina, Loppi. Estoy cansada de que todos estos hombres me mientan y me adulen. Quiero gobernar a hombres libres. Ve a ver a la maga por última vez. Ve: dile lo que quiero.
-Pero ¿qué quieres entonces, infeliz? ¿Quieres reinar en el cielo donde están los soles y las estrellas, y ser dueña del mundo?
-Que vayas te digo, y le digas a la maga que quiero reinar en el cielo, y ser dueña del mundo.
-Que no voy, te digo, a pedirle a la maga semejante locura.
-Soy tu reina, Loppi, y vas a ver a la maga, o mando que te corten la cabeza.
-Voy, mi reina, voy.-Y se echó al brazo el manto de armiño, con su sombrero de plumas. Iba como si le corrieran detrás, alzando los brazos, arrodillándose en el suelo, golpeándose la casaca bordada de colores: «¡Tal vez-pensaba Loppi-tal vez el camarón tenga piedad de mí!» Y lo llamó desde la orilla, con voz como un gemido:
¡Camaroncito duro,
Sácame del apuro!

Nadie respondió. Ni una hoja se movió. Volvió a llamar, con la voz como un soplo.
-¿Qué quiere el leñador?-respondió otra voz terrible.
-Para mí, nada: ¿qué he de querer para mí? Pero la reina,  quiere que le diga a la señora maga su último deseo: el último.
-¿Qué quiere ahora la mujer del leñador?
Loppi, espantado.
-¡Perdón, señora, perdón! ¡Quiere reinar en el cielo, y ser dueña del mundo!
El camarón dio una vuelta en redondo,  y se fue sobre Loppi, con las bocas abiertas:
-¡A tu rincón, imbécil, a tu rincón! ¡los maridos cobardes hacen a las mujeres locas! ¡abajo el palacio, abajo el castillo, abajo la corona! ¡A tu casuca con tu mujer, marido cobarde! ¡A tu casuca con el morral vacío!
Y se hundió en el agua, que silbó como cuando mojan un hierro caliente.
Loppi se tendió en la yerba, como herido de un rayo. Cuando se levantó, no tenía en la cabeza el sombrero de plumas, ni llevaba al brazo el manto de armiño, ni vestía la casaca bordada de colores. El camino era oscuro, y matorral, como antes. Membrillos empolvados y pinos enfermos eran la única arboleda. El suelo era, como antes, de pozos y pantanos. Cargaba a la espalda su morral vacío. Iba, sin saber que iba, mirando a la tierra.
Y de pronto sintió que le apretaban el cuello dos manos feroces.
-¿Estás aquí, monstruo? ¿Estás aquí, mal marido?  ¡Muere a mis manos, mal hombre!
-¡Masicas, que te lastimas! ¡Oye a tu Loppi, Masicas!
Pero las venas de la garganta de la mujer se hincharon, y reventaron, y cayó muerta, muerta de la furia. Loppi se sentó a sus pies, le compuso los harapos sobre el cuerpo, y le puso de almohada el morral vacío. Por la mañana, cuando salió el sol, Loppi estaba tendido junto a Masicas, muerto.

Fuente:

http://www.damisela.com/literatura/pais/cuba/autores/marti/oro/camaron.htm
















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