miércoles, 5 de octubre de 2011

Busque el significado de los siguientes palabras , e indica la fuente:

LENGUA: Sistema de comunicación verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana. Lengua perteneciente a una sociedad que ha alcanzado un alto grado de civilización; puede existir en una sociedad que hable otra lengua y en la que sólo se utilice en determinados ambientes intelectuales
http://buscon.rae.es/draeI/
IDIOMA: Lengua de un pueblo o nación, o común a varios. Sistema de signos que utiliza una comunidad para comunicarse oralmente o por escrito: escuela de idiomas; el idioma oficial de Alemania es el alemán; la campaña de propaganda consiste en la edición de un folleto explicativo editado en cinco idiomas. SINÓNIMO: lengua.
http://buscon.rae.es/draeI/
LENGUAJE: Se basa en la capacidad de los seres humanos para comunicarse por medio de signos.
http://es.wikipedia.org/wiki/Dialecto
LINGÜÍSTICA: Es el estudio científico tanto de la estructura de las lenguas naturales como del conocimiento que los hablantes poseen de ellas.
http://es.wikipedia.org/wiki/Dialecto
HABLA: Realización lingüística, por oposición a la lengua como sistema.
http://buscon.rae.es/draeI/
DIALECTO: Sistema lingüístico considerado con relación al grupo de los varios derivados de un tronco común.  http://buscon.rae.es/draeI/

Encuentra las relaciones y diferencias entre ellas , luego jerarquise :



LINGÜÍSTICA
DIALECTO
HABLA
LENGUAJE
LENGUA
IDIOMA
14,11

lunes, 3 de octubre de 2011

Los microorganismos

bacteria.
(Del gr. βακτηρία, bastón).

1. f. Biol. Microorganismo unicelular procarionte, cuyas diversas especies causan las fermentaciones, enfermedades o putrefacción en los seres vivos o en las materias orgánicas.
virus.
(Del lat. virus).

1. m. Biol. Organismo de estructura muy sencilla, compuesto de proteínas y ácidos nucleicos, y capaz de reproducirse solo en el seno de células vivas específicas, utilizando su metabolismo.
hongo.
(Del lat. fungus).

1. m. Planta talofita, sin clorofila, de tamaño muy variado y reproducción preferentemente asexual, por esporas. Es parásita o vive sobre materias orgánicas en descomposición. Su talo, ordinariamente filamentoso y ramificado y conocido con el nombre de micelio, absorbe los principios orgánicos nutritivos que existen en el medio; p. ej., el cornezuelo, la roya, el agárico, etc.
germen.
(Del lat. germen).

1. m. Esbozo que da principio al desarrollo de un ser vivo.
bacilo.
(Del lat. bacillum, báculo pequeño).

1. m. Biol. Bacteria en forma de bastoncillo o filamento más o menos largo, recto o encorvado según las especies.

ameba.
1. f. Zool. Protozoo rizópodo cuyo cuerpo carece de cutícula y emite seudópodos incapaces de anastomosarse entre sí. Se conocen numerosas especies, de las que unas son parásitas de animales, otras viven en las aguas dulces o marinas y algunas en la tierra húmeda.

Estos se parecen en que son microorganismos , la mayoria de ellos unicelulares.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La muñeca negra

De puntillas, de puntillas, para no despertar a Piedad, entran en el cuarto de dormir el padre y la madre. Vienen riéndose, como dos muchachones. Vienen de la mano, como dos muchachos. El padre viene detrás, como si fuera a tropezar con todo. La madre no tropieza; porque conoce el canino. ¡Trabaja mucho el padre, para comprar todo lo de la casa, y no puede ver a su hija cuando quiere! A veces, allá en el trabajo, se ríe solo, o se pone de repente como triste, o se le ve en la cara como una luz; y es que está pensando en su hija; se le cae la pluma de la mano cuando piensa así, pero en seguida empieza a escribir, y escribe tan de prisa, tan de prisa, que es como si la pluma fuera volando. Y le hace muchos rasgos a la letra, y las oes le salen grandes como un sol y las ges largas como un sable, y las eles están debajo de la línea, como si se fueran a clavar en el papel, y las eses caen al fin de la palabra, como una hoja de palma; ¡tiene que ver lo que escribe el padre cuando ha pensado mucho en la niña! El dice que siempre que le llega por la ventana el olor de las flores del Jardín, piensa en ella. O a veces, cuando está trabajando cosas de números, o poniendo un libro sueco en español, la ve venir, venir despacio, como en una nube, y se le sienta al lado, le quita la pluma, para que repose un poco, le da un beso en la frente, le tira de la barba rubia, le esconde el tintero: es sueño no más, no más que sueño, como esos que se tienen sin dormir, en que ve uno vestidos muy bonitos, o un caballo vivo de cola muy larga, o un cochecito, con cuatro chivos blancos, o una sortija con la piedra azul; sueño es no más, pero dice el padre que es como si lo hubiera visto, y que después tiene más fuerza y escribe mejor. Y la niña se va, se va despacio por el aire, que parece de luz todo; se va como una nube.
 
Hoy el padre no trabajó mucho, porque tuvo que ir a una tienda; ¿a que iría el padre a una tienda? y dicen que por la puerta de atrás entró una caja grande; ¿que vendrá en la caja? ¡a saber lo que vendrá! mañana hace ocho años que nació Piedad. La criada fue al jardín y se pinchó el dedo por cierto, por querer coger, para un ramo que hizo, una flor muy hermosa. La madre a todo dice que sí, y se puso el vestido nuevo, y le abrió la jaula al canario. El cocinero está haciendo un pastel, y recortando en figura de flores los nabos y las zanahorias, y le devolvió a la lavandera el gorro, porque tenía una mancha que no se veía apenas, pero, "¡hoy, hoy, señora lavandera, el gorro ha de estar sin mancha!" Piedad no sabía, no sabía. Ella sí vio que la casa estaba como el primer día de sol, cuando se va ya la nieve, y les salen las hojas a los árboles. Todos sus juguetes se los dieron aquella noche, todos. Y el padre llego muy temprano del trabajo, a tiempo de ver a su hija dormida. La madre lo abrazo cuando lo vio entrar; ¡y lo abrazo de veras! Mañana cumple Piedad ocho años.
 
El cuarto está a media luz, una luz como la de las estrellas, que viene de la lámpara de velar, con su bombillo de color de ópalo. Pero se ve, hundida en la almohada, la cabecita rubia. Por la ventana entra la brisa, y parece que juegan, las mariposas que no se ven, con el cabello dorado. Le da en el cabello la luz. Y la madre y el padre vienen andando, de puntillas. ¡Al suelo, el tocador de jugar! ¡Este padre ciego, que tropieza con todo! Pero la niña no se ha despertado. La luz le da en la mano ahora; parece una rosa la mano. A la cama no se puede llegar; porque están alrededor todos los juguetes, en mesas y sillas. En una silla está el baúl que le mandó en Pascuas la abuela, lleno de almendras y de mazapanes; boca abajo está el baúl, como si lo hubieran sacudido, a ver si caía alguna almendra de un rincón, o si andaban escondidas por la cerradura algunas migajas de mazapán; ¡eso es, de seguro, que las muñecas tenían hambre! En otra silla está la loza, mucha loza y muy fina, y en cada plato una fruta pintada; un plato tiene una cereza, y otro un higo, y otro una uva; da en el plato ahora la luz, en el plato del higo, y se ven como chispas de estrellas; ¿cómo habrá venido esta estrella a los platos? "¡Es azúcar!" dijo el pícaro padre. "¡Eso es de seguro!" dice la madre: "eso es que estuvieron las muñecas golosas comiéndose el azúcar". El costurero está en otra silla, y muy abierto, como de quien ha trabajado de verdad; el dedal está machucado ¡de tanto coser! cortó la modista mucho, porque del calicó que le dio la madre no queda más que redondel con el borde de picos, y el suelo está por allí lleno de recortes, que le salieron mal a la modista, y allí está la chambra empezada a coser, con la aguja clavada, junto a una gota de sangre. Pero la sala, y el gran juego, está en el velador, al lado de la cama. El rincón, allá contra la pared, es el cuarto de dormir de las muñequitas de loza, con su cama de la madre, de colcha de flores, y al lado una muñeca de traje rosado, en una silla roja; el tocador está entre la cama y la cuna, con su muñequita de trapo, tapada hasta la nariz, y el mosquitero encima; la mesa del tocador es una cajita de cartón castaño, y el espejo es de los buenos, de los que vende la señora pobre de la dulcería, a dos por un centavo. La sala está delante del velador, y tiene en medio una mesa, con el pie hecho de un carretel de hilo, y lo de arriba de una concha de nácar, con una jarra mexicana en medio, de las que traen los muñecos aguadores de México; y alrededor unos papelitos doblados, que son los libros. El piano es de madera, con las teclas pintadas; y no tiene banqueta de tornillo, que eso es poco lujo, sino una de espaldar, hecha de la caja de una sortija, con lo de abajo forrado de azul; y la tapa cosida por un lado, para la espalda, y forrada de rosa; y encima un encaje. Hay visitas, por supuesto, y son de pelo de veras, con ropones de seda lila de cuartos blancos, y zapatos dorados; y se sientan sin doblarse, con los pies en el asiento; y la señora mayor, la que trae gorra color de oro, y está en el sofá, tiene su levantapiés, porque del sofá se resbala; y el levantapiés es una cajita de paja japonesa, puesta boca abajo; en un sillón blanco están sentadas juntas, con los brazos muy tiesos, dos hermanas de loza. Hay un cuadro en la sala, que tiene detrás, para que no se caiga, un pomo de olor; y es una niña de sombrero colorado, que trae en los brazos un cordero. En el pilar de la cama, del lado del velador, está una medalla de bronce, de una fiesta que hubo con las cintas francesas; en su gran moña de los tres colores está adornando la sala el medallón, con el retrato de un francés muy hermoso, que vino de Francia a pelear porque los hombres fueran libres, y otro retrato del que inventó el pararrayos, con la cara de abuelo que tenía cuando paso el mar para pedir a los reyes de Europa que lo ayudaran a hacer libre su tierra; esa es la sala, y el gran juego de Piedad. Y en la almohada, durmiendo en su brazo, y con la boca desteñida de los besos, está su muñeca negra.
 

Los pájaros del jardín la despertaron por la mañanita. Parece que se saludan los pájaros, y la convidan a volar. Un pájaro llama, y otro pájaro responde, En la casa hay algo, porque los pájaros se ponen así cuando el cocinero anda por la cocina saliendo y entrando, con el delantal volándole por las piernas, y la olla de plata en las dos manos, oliendo a leche quemada y a vino dulce. En la casa hay algo: porque sí no, ¿para qué está ahí, al pie de la cama, su vestidito nuevo, el vestidito color de perla, y la cinta lila que compraron ayer, y las medias de encaje? "Yo te digo, Leonor, que aquí pasa algo. Dímelo tú, Leonor, tú que estuviste ayer en el cuarto de mamá, cuando yo fui a paseo. ¡Mamá mala, que no te dejó ir conmigo, porque dice que te he puesto muy fea con tantos besos, y que no tienes pelo, porque te he peinado mucho! La verdad, Leonor; tú no tienes mucho pelo; pero yo te quiero así, sin pelo, Leonor; tus ojos son los que quiero yo, porque con los ojos me dices que me quieres; te quiero mucho, porque no te quieren: ¡a ver! ¡sentada aquí en mis rodillas, que te quiero peinar! las niñas buenas se peinan en cuanto se levantan; ¡a ver, los zapatos, que ese lazo no está bien hecho!; y los dientes, déjame ver los dientes; las uñas; ¡Leonor, esas uñas no están limpias! Vamos, Leonor, dime la verdad; oye, oye a los pájaros que parece que tienen baile; dime, Leonor, ¿qué pasa en esta casa?" Y a Piedad se le cayó el peine de la mano, cuando le tenía ya una trenza hecha a Leonor; y la otra estaba toda alborotada. Lo que pasaba, allí lo veía ella. Por la puerta venía la procesión. La primera era la criada con el delantal de rizos de los días de fiesta, y la cofia de servir la mesa en los días de visita; traía el chocolate, el chocolate con crema, lo mismo que el día de Año Nuevo, y los panes dulces en una cesta de plata; luego venía la madre, con un ramo de flores blancas y azules; ¡ni una flor colorada en el ramo, ni una flor amarilla!; y luego venía la lavandera, con el gorro blanco que el cocinero no se quiso poner, y un estandarte que el cocinero le hizo, con un diaria y un bastón; y decía en el estandarte, debajo de una corona de pensamientos: "¡Hoy cumple Piedad ocho años!" Y la besaron, y la vistieran can el traje color de perla, y la llevaron, con el estandarte detrás, a la sala de los libros de su padre, que tenía muy peinada su barba rubia, como si se la hubieran peinado muy despacio, y redondeándole las puntas, y poniendo cada hebra en su lugar. A cada momento se asomaba a la puerta, a ver si Piedad venía; escribía, y se ponía a silbar; abría un libro, y se quedaba mirando a un retrato, a un retrato que tenía siempre en su mesa, y era como Piedad, una Piedad de vestido largo. Y cuando oyó ruido de pasos, y un vocerrón que venía tocando música en un cucurucho de papel ¿quién sabe lo que sacó de una caja grande? y se fue a la puerta con una mano en la espalda; y con el otro brazo cargó a su hija. Luego dijo que sintió como que en el pecho se le abría una flor, y como que se le encendía en la cabeza un palacio, con colgaduras azules de flecos de oro, y mucha gente con alas; luego dijo todo eso, pero entonces, nada se le oyó decir. Hasta que Piedad dio un salto en sus brazos, y se le quiso subir por el hombro, porque en un espejo había visto lo que llevaba en la otra mano el padre. "¡Es como el sol el pelo, mamá, lo mismo que el sol! ¡ya la vi, ya la vi, tiene el vestido rosado! ¡dile que me la de, mamá: si es de peto verde, de peto de terciopelo, ¡como las mías son las medias, de encaje como las mías!" Y el padre se sentó con ella en el sillón, y le puso en los brazos la muñeca de seda y porcelana. Echó a correr Piedad, como si buscase a alguien. "¿Y yo me quedo hoy en casa por mi niña -le dijo su padre, -y mi niña me deja solo?" Ella escondió la cabecita en el pecho de su padre bueno. Y en mucho, mucho tiempo, no la levantó, aunque ¡de veras! le picaba la barba.
 
Hubo paseo por el jardín, y almuerzo con un vino de espuma debajo de la parra, y el padre estaba muy conversador, cogiéndole a cada momento la mano a su mamá, y la madre estaba como más alta, y hablaba poco, y era como música todo lo que hablaba. Piedad le llevó al cocinero una dalia roja, y se la prendió en el pecho del delantal; y a la lavandera le hizo una corona de claveles; y a la criada le llenó los bolsillos de flores de naranjo, y le puso en el pelo una flor, con sus dos hojas verdes. Y luego, con mucho cuidado, hizo un ramo de no me olvides. "¿Para quién es ese ramo, Piedad?" "No sé, no sé para quién es; ¡quien sabe si es para alguien!" Y lo puso a la orilla de la acequia, donde corría como un cristal el agua. Un secreto le dijo a su madre, y luego le dijo: "¡Déjame ir!" Pero le dijo "caprichosa" su madre: "¿y tu muñeca de seda, no te gusta? mírale la cara, que es muy linda; y no le has visto los ojos azules". Piedad sí se los había visto; y la tuvo sentada en la mesa después de comer, mirándola sin reírse; y la estuvo enseñando a andar en el jardín. Los ojos era lo que miraba ella; y le tocaba en el lado del corazón: "¡Pero, muñeca, háblame, háblame!" Y la muñeca de seda no le hablaba. "¿Con que no te ha gustado la muñeca que te compré, con sus medias de encaje y su cara de porcelana y su pelo fino?" "Sí, mi papá, si me ha gustado mucho. Vamos, señora muñeca, vamos a pasear. Usted querrá coches, y lacayos, y querrá dulce de castañas, señora muñeca. Vamos, vamos a pasear". Pero en cuanto estuvo Piedad donde no la veían, dejó a la muñeca en un tronco, de cara contra el árbol. Y se sentó sola, a pensar, sin levantar la cabeza, con la cara entre las dos manecitas. De pronto echó a correr, de miedo de que se hubiese llevado el agua el ramo de no me olvides.
 
-¡Pero, criada, llévame pronto!
 
-¿Piedad, que es eso de criada? ¡Tú nunca le dices criada así, como para ofenderla!
 
-No, mamá, no; es que tengo mucho sueño; estoy muerta de sueño. Mira, me parece que es un monte la barba de papá; y el pastel de la mesa me da vueltas, vueltas alrededor, y se están riendo de mí las banderitas; y me parece que están bailando en el aire las flores de la zanahoria; estoy muerta de sueño; ¡adiós, mi madre! mañana me levanto muy tempranito; tú, papá, me despiertas antes de salir; yo te quiero ver siempre antes de que te vayas a trabajar; ¡oh, las zanahorias! ¡estoy muerta de sueño! ¡Ay, mamá, no me mates el ramo! ¡mira, ya me mataste mi flor!
 
-¿Con qué se enoja mi hija porque le doy un abrazo?
 
-¡Pégame, mi mamá! ¡papá, pégame tú! es que tengo mucho sueño.
 
Y Piedad salió de la sala de los libros, con la criada que le llevaba la muñeca de seda.
 
-¡Qué de prisa va la niña, que se va a caer! ¿Quién espera a la niña?
 
-¡Quién sabe quién me espera!
 

Y no habló con la criada; no le dijo que le contase el cuento de la niña jorobadita que se volvió una flor; un juguete no más le pidió, y lo puso a los pies de la cama; y le acaricio a la criada la mano, y se quedo dormida. Encendió la criada la lámpara de velar, con su bombillo de ópalo; salió de puntillas; cerró la puerta con mucho cuidado. Y en cuanto estuvo cerrada la puerta, relucieron dos ojitos en el borde de la sábana; se alzó de repente la cubierta rubia; de rodillas en la cama, le dio toda la luz a la lámpara de velar; y se echó sobre el juguete que puso a los pies, sobre la muñeca negra. La besó, la abrazo, se la apretó contra el corazón: "Ven, pobrecita, ven, que esos malos te dejaron aquí sola; tú no estás fea, no, aunque no tengas más que una trenza; la fea es ésa, la que han traído hoy, la de los ojos que no hablan; dime, Leonor, dime, ¿tú pensaste en mí? mira el ramo que te traje, un ramo de no me olvides, de los más lindos del jardín; ¡así, en el pecho! ¡ésta es mi muñeca linda! ¿y no has llorado? ¡te dejaron tan sola! ¡no me mires así, porque voy a llorar yo! ¡no, tú no tienes frío! ¡aquí conmigo, en mi almohada, verás como te calientas! ¡y me quitaron, para que no me hiciera daño, el dulce que te traía! ¡así, así, bien arropadita! ¡a ver, mi beso, antes de dormirte! ¡ahora, la lámpara baja! ¡y a dormir, abrazadas las dos! ¡te quiero, porque no te quieren!"
 

martes, 27 de septiembre de 2011

El cachorro y el tigre

Un cachorro, perdido en la selva, vió un tigre corriendo en su dirección. Comenzó entonces a pensar rápido, para ver si se le ocurría alguna idea que le salvase del tigre. Entonces vió unos huesos en el suelo y comenzó a morderlos.
Cuando el tigre estaba casi para atacarle, el cachorro dijo en alto:
- ¡Ah, este tigre que acabo de comer estaba delicioso!
El tigre, entonces, paró bruscamente y, muerto de miedo, dió media vuelta y huyó despavorido mientras pensaba para sí:
- ¡Menudo cachorro feroz! ¡Por poco me come a mi también!
Un mono que había visto todo, fue detrás del tigre y le contó cómo había sido engañado por el cachorro. El tigre se puso furioso y dijo:
- ¡Maldito cachorro! ¡Ahora me la vas a pagar!
El cachorro, entonces, vió que el tigre se aproximaba rápidamente a por él, con el mono sentado encima, y pensó:
- ¡Ah, mono traidor! ¿Y qué hago ahora?
Comenzó a pensar y de repente se le ocurrió una idea: se puso de espaldas al tigre y cuando éste llegó y estaba preparado para darle el primer zarpazo, el cachorro dijo en voz alta:
- ¡Será perezoso el mono! ¡Hace una hora que le mandé para que me trajese otro tigre y todavía no ha vuelto!

Fuente:


1. ¿Quiénes son los personajes principales?
El cachorro y el tigre

2. ¿En dónde se desarrolla el relato?
En la selva

3. Extraiga las palabras desconocidas y anote su significado:
despavorido: Lleno de pavor.
menudo: Pequeño, chico o delgado.
zarpazo: Golpe dado con la zarpa.

4. ¿Qué pretende explicar el autor del relato?
Que debemos ser astutos como el cachorro para que la vida no nos sorprenda.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El camarón encantado


de José Martí
Cuento de magia del francés Laboulaye.

Allá por un pueblo del mar Báltico, del lado de Rusia, vivía el pobre Loppi, en un casuco viejo, sin más compañía que su hacha y su mujer. El hacha ¡bueno!; pero la mujer se llamaba Masicas, que quiere decir «fresa agria». Y era agria Masicas de veras, como la fresa silvestre. ¡Vaya un nombre: Masicas! Ella nunca se enojaba, por supuesto, cuando le hacían el gusto, o no la contradecían; pero si se quedaba sin el capricho, era de irse a los bosques por no oírla. Se estaba callada de la mañana a la noche, preparando el regaño, mientras Loppi andaba afuera con el hacha, corta que corta, buscando el pan: y en cuanto entraba Loppi, no paraba de regañarlo, de la noche a la mañana. Porque estaban muy pobres, y cuando la gente no es buena, la pobreza los pone de mal humor. De veras que era pobre la casa de Loppi: las arañas no hacían telas en sus rincones porque no había allí moscas que coger, y dos ratones que entraron extraviados, se murieron de hambre.
Un día estuvo Masicas más buscapleitos que de costumbre, y el buen leñador salió de la casa suspirando, con el morral vacío al hombro: el morral de cuero, donde echaba el pico de pan, o la col, o las papas que le daban de limosna. Era muy de mañanita, y al pasar cerca de un charco vio en la yerba húmeda uno que le pareció animal raro y negruzco, de muchas bocas, como muerto o dormido. Era grande por cierto: era un enorme camarón. «¡Al saco el camarón!: con esta cena le vuelve el juicio a esa hambrona de Masicas; ¿quién sabe lo que dice cuando tiene hambre?»Y echó el camarón en el saco.
Pero ¿qué tiene Loppi, que da un salto atrás, que le tiembla la barba, que se pone pálido? Del fondo del saco salió una voz tristísima: el camarón le estaba hablando:
-Párate, amigo, y déjame ir. Yo soy el más viejo de los camarones: más de un siglo tengo yo: ¿qué vas a hacer con este carapacho duro? Sé bueno conmigo, como tú quieres que sean buenos contigo.
-Perdóname, camaroncito, que yo te dejaría ir; pero mi mujer está esperando su cena, y si le digo que encontré el camarón mayor del mundo, y que lo dejé escapar, esta noche sé yo a lo que suena un palo de escoba cuando se lo rompe su mujer a uno en las costillas.
-Y ¿por qué se lo has de decir a tu mujer?
-¡Ay, camaroncito!x. Masicas es una gran persona, que lo lleva a uno por la nariz, y uno se deja llevar: Masicas me vuelve del revés, y me saca todo lo que tengo en el corazón: Masicas sabe mucho.
-Pues mira, leñador, que yo no soy camarón como parezco, sino una maga de mucho poder, y si me oyes, tu mujer se contentará, y si no me oyes, toda la vida te has de arrepentir.
-Tú contenta a Masicas, y yo te dejaré ir, que por gusto a nadie le hago daño.
-Dime qué pescado le gusta más a tu mujer.
-Pues el que haya, camarón, que los pobres no escogen: lo que has de hacer es que no vuelva yo con el morral vacío.
-Pues ponme en la yerba, mete en el charco tu morral abierto, y di: «¡Peces, al morral!»
Y tantos peces entraron en el morral que casi se le iba Loppi de las manos. Las manos le bailaban a Loppi del asombro.
-Ya ves, leñador-le dijo el camarón,-que no soy desagradecido. Ven acá todas las mañanas, y en cuanto digas: «¡Al morral, peces!» tendrás el morral lleno, de los peces colorados. Y si quieres algo más, ven y dime así:
«Camaroncito duro,
Sácame del apuro»:

y yo saldré, y veré lo que puedo hacer por ti. Pero mira,  y no le digas a tu mujer lo que ha sucedido hoy.
-Probaré, probaré-dijo el leñador; y puso en la yerba con mucho cuidado el camarón milagroso.
Iba como la pluma Loppi . El morral no le pesaba, pero lo puso en el suelo antes de llegar a la puerta, porque ya no podía más de la curiosidad,  radiante como el oro, luego dos truchas, y un mundo de meros. Masicas abrazó a Loppi , y le dijo: «¡leñadorcito mío!»
-Ya ves, Loppi, lo que nos sucede por haber oído a tu mujer y salir temprano a buscar fortuna. Anda a la huerta, y tráeme unos ajos y cebollas, y tráeme unas setas:  anda al monte,  que te voy a hacer una sopa que no la come el rey. Y la carpa la asaremos: ni un regidor va a comer mejor que nosotros.
Y fue muy buena por cierto la comida ,y no le hablaba del miedo. Y el domingo, se le fue encima a Loppi, que volvía con su morral a cuestas.
-¡Mal marido,  mal compañero! ¡que me vas a matar a pescado! ¡que de verte el morral me da el alma vueltas!
-Y ¿qué quieres que te traiga, pues?-dijo el pobre Loppi.
-Pues lo que comen todas las mujeres de los leñadores honrados: una sopa buena y un trozo de tocino.
«Con tal-pensó Loppi-que la maga me quiera hacer este favor.»
Y al otro día a la mañanita fue al charco, y se puso a dar voces:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro:

y el agua se movió  , con dos ojos grandes que resplandecían.
-¿Qué quiere el leñador?
-  Nada para mí, camaroncito: ¿qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se cansó del pescado, y quiere ahora sopa y un trozo de tocino.
-Pues tendrá lo que quiere tu mujer-respondió el camarón.-Al sentarte esta noche a la mesa, dale tres golpes con el dedo meñique, y di a cada golpe: «¡Sopa, aparece: aparece, tocino!» Pero ten cuidado, leñador, que si tu mujer empieza a pedir, no va a acabar nunca.
-Probaré, señora maga, probaré-dijo Loppi, suspirando.
Como una ardilla, como un cordero estuvo al otro día en la mesa Masicas, que comió sopa dos veces, y tocino tres, y luego abrazó a Loppi, y lo llamó: «Loppi de mi corazón».
 En cuanto vio en la mesa el tocino y la sopa, se puso colorada de la ira, y le dijo a Loppi con los puños alzados:
-¿Hasta cuándo me has de atormentar,   mal hombre? ¿que una mujer como yo ha de vivir con caldo y manteca?
-Pero ¿qué quieres, amor mío?
-Pues quiero una buena comida: un ganso asado, y unos pasteles para postres.
En toda la noche no cerró Loppi los ojos, y en los puños alzados de Masicas, que le parecieron un ganso cada uno. Y a paso de moribundo se fue arrimando al charco a los claros del día,  por lo delgadas:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

-¿Qué quiere el leñador?
-Para mí, nada: ¿qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se está cansando . Yo no, señora maga. Pero mi mujer se ha cansado,  así como un gansito asado, así como unos pastelitos.
-Pues vuélvete a tu casa,  y no tienes que venir cuando tu mujer quiera cambiar de comida, sino pedírselo a la mesa.
En un salto llegó Loppi a su casa y tirando por el aire el sombrero. Llena estaba ya la mem de platos,  con cucharas de hierro,  y una jarra de estaño: y el ganso con papas, y un pudín de ciruelas. Hasta un frasco de anisete había en la mesa.
Pero Masicas estaba pensativa. Y a Loppi ¿quién le daba todo aquello? Ella quería saber: «¡Dímelo, Loppi!», cuando ya no quedaba del anisete más que el forro de paja. Pero ella prometió no decírselo a nadie.
A los pocos días, le contó a Loppi muchos cuentos y le acabó así el discurso:
-Pero, Loppi mío, ya tú no piensas en tu mujercita: comer, pero tu mujercita anda en trapos. Anda, Loppi,  que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir bien a tu mujercita.
A Loppi le pareció que Masicas tenía mucha razón . Pero la voz se le resistía cuando a la mañanita llamó al camarón encantado:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

El camarón entero sacó el cuerpo del agua.
-¿Qué quiere el leñador?
-Para mí, nada;  Pero mi mujer está triste, y quiere que su señoría me dé poder para tenerla con traje de señora.
El camarón se echó a reír,  y luego dijo a Loppi: «Vuélvete a casa, que tu mujer tendrá lo que desea.»
-¡Oh, señor camarón!  ¡déjeme que le bese la patica izquierda, la que está del lado del corazón! Y se fue cantando un canto : y cuando entró a su casa vio a una bella señora; y la señora se echó a reír, que estaba como un sol de la hermosura. Y se tomaron los dos de la mano, y se pusieron a dar brincos.
A los pocos días Masicas estaba pálida,como de mucho llorar. «Y dime, Loppi», con un pañuelo de encaje en la mano: «¿de qué me sirve tener tan buen vestido sin un espejo donde mirarme, ni una vecina que me pueda ver, ni más casa que este casuco? Loppi, dile a la maga que esto no puede ser.» «Dile, Loppi, a la maga que me dé un castillo hermoso.
-¡Masicas, tú estás loca!
Conténtate,  con lo que tienes.
-¡Loppi, nunca serás más que un zascandil! . Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda.
Y el pobre Loppi volvió al charco. Iba temblando todo él. ¿Y si el camarón se cansaba de tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿Y si Masicas lo dejaba sin pelo si volvía sin el castillo? Llamó muy quedito:
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

-¿Qué quiere el leñador?-dijo el camarón, saliendo del agua poco a poco.
-Nada para mí: ¿qué más podría yo querer? Pero mi mujer no está contenta y me tiene en tortura.
-¿Y qué quiere la señora?
-Pues , un castillito. Quiere ser princesa del castillo.-Leñador-dijo el camarón, con una voz que Loppi no le conocía:-tu mujer tendrá lo que desea.
A Loppi le costó mucho trabajo llegar a su casa, porque estaba cambiado todo el país, y en medio de todo una casa muy rica con un jardín lleno de flores. Una princesa bajó a saludarlo a la puerta del jardín. Y la princesa le dio la mano. Era Masicas: «Ahora sí, Loppi, que soy dichosa. Eres muy bueno. La maga es muy buena.»
Vivía Masicas con todo el lujo de su señorío. Sus vacas eran inglesas, sus perros de San Bernardo, sus gallinas de Guinea, sus faisanes de Terán, sus cabras eran suizas. ¿Qué le faltaba a Masicas, que estaba siempre tan llena de pesar? Masicas quería algo más. Quería ser reina Masicas:«¿No ves que para reina he nacido yo? ¿No ves, Loppi mío, que tú mismo me das siempre la razón, aunque eres más terco que una mula? Ya no puedo esperar. Loppi no quería ser rey. Almorzaba bien, comía mejor; ¿a qué los trabajos de mandar a los hombres? Pero cuando Masicas decía a querer. Y al charco fue al salir el sol, limpiándose los sudores, y con la sangre a medio helar.  Llamó.
Camaroncito duro,
Sácame del apuro.

Vio salir del agua las dos bocas negras. Oyó que le decían «¿qué quiere el leñador?»pero no tenía fuerzas para dar su recado. Al fin dijo tartamudeando:
-Para mí, nada: ¿qué pudiera yo pedir? Pero se ha cansado mi mujer de ser princesa.
-¿Y qué quiere ahora ser la mujer del leñador?
-¡Ay, señora maga!: reina quiere ser.
-¿Reina no más? Me salvaste la vida. ¡Salud, marido de la reina!
Y cuando Loppi volvió a su casa, y Masica tenía puesta la corona. Los lacayos, con sus medias de seda y sus casaquines, iban detrás de la reina Masicas.
Y Loppi almorzó contento, y bebió en copa tallada su anisete más fino, seguro de que Masicas tenía ya cuanto podía tener. Y dos meses estuvo almorzando pechugas de faisán con vinos olorosos, a decirle que la reina lo quería ver, sentada en su trono de oro.
-Estoy cansada de ser reina, Loppi. Estoy cansada de que todos estos hombres me mientan y me adulen. Quiero gobernar a hombres libres. Ve a ver a la maga por última vez. Ve: dile lo que quiero.
-Pero ¿qué quieres entonces, infeliz? ¿Quieres reinar en el cielo donde están los soles y las estrellas, y ser dueña del mundo?
-Que vayas te digo, y le digas a la maga que quiero reinar en el cielo, y ser dueña del mundo.
-Que no voy, te digo, a pedirle a la maga semejante locura.
-Soy tu reina, Loppi, y vas a ver a la maga, o mando que te corten la cabeza.
-Voy, mi reina, voy.-Y se echó al brazo el manto de armiño, con su sombrero de plumas. Iba como si le corrieran detrás, alzando los brazos, arrodillándose en el suelo, golpeándose la casaca bordada de colores: «¡Tal vez-pensaba Loppi-tal vez el camarón tenga piedad de mí!» Y lo llamó desde la orilla, con voz como un gemido:
¡Camaroncito duro,
Sácame del apuro!

Nadie respondió. Ni una hoja se movió. Volvió a llamar, con la voz como un soplo.
-¿Qué quiere el leñador?-respondió otra voz terrible.
-Para mí, nada: ¿qué he de querer para mí? Pero la reina,  quiere que le diga a la señora maga su último deseo: el último.
-¿Qué quiere ahora la mujer del leñador?
Loppi, espantado.
-¡Perdón, señora, perdón! ¡Quiere reinar en el cielo, y ser dueña del mundo!
El camarón dio una vuelta en redondo,  y se fue sobre Loppi, con las bocas abiertas:
-¡A tu rincón, imbécil, a tu rincón! ¡los maridos cobardes hacen a las mujeres locas! ¡abajo el palacio, abajo el castillo, abajo la corona! ¡A tu casuca con tu mujer, marido cobarde! ¡A tu casuca con el morral vacío!
Y se hundió en el agua, que silbó como cuando mojan un hierro caliente.
Loppi se tendió en la yerba, como herido de un rayo. Cuando se levantó, no tenía en la cabeza el sombrero de plumas, ni llevaba al brazo el manto de armiño, ni vestía la casaca bordada de colores. El camino era oscuro, y matorral, como antes. Membrillos empolvados y pinos enfermos eran la única arboleda. El suelo era, como antes, de pozos y pantanos. Cargaba a la espalda su morral vacío. Iba, sin saber que iba, mirando a la tierra.
Y de pronto sintió que le apretaban el cuello dos manos feroces.
-¿Estás aquí, monstruo? ¿Estás aquí, mal marido?  ¡Muere a mis manos, mal hombre!
-¡Masicas, que te lastimas! ¡Oye a tu Loppi, Masicas!
Pero las venas de la garganta de la mujer se hincharon, y reventaron, y cayó muerta, muerta de la furia. Loppi se sentó a sus pies, le compuso los harapos sobre el cuerpo, y le puso de almohada el morral vacío. Por la mañana, cuando salió el sol, Loppi estaba tendido junto a Masicas, muerto.

Fuente:

http://www.damisela.com/literatura/pais/cuba/autores/marti/oro/camaron.htm
















El nacimiento de Fe y Alagría

La historia del colegio fe y alegría desde sus raices

Fuente:

http://www.youtube.com/watch?v=K_VJy8WFg8Y